Monday, September 22, 2008

LA GENERACIÓN COCACOLA/ FEDERICO MORE

La generación Cocacola
Federico More



Con amargo trago de una sed muy singular por la crítica, un tío sesentón Federico More se malogó el hígado, lleno de rabia y ají, por el mambo de Pérez Prado, las gaseosas y la alegría de vivir de los cincuentas. Qué hubiera pasado si hubierá vibrado con el rock y la cannabis de los 70, se hubiera matado de pena, en fín, lo que se perdió nuestro
cronista iluminado de fervor antiguo. Es posible que cuando More escribió este artículo haya sido ya un viejo cascarrabias como cualquiera que llega a esa edad y no le gusta las estupideces que hacen los jóvenes de cualquier época, que casi siempre hacen "cojudeces". Un documento de arqueología tomado de Caretas N° 1796, 30 oct. 2003, pp. 67-69. (A.A.)


Tuvimos la generación romántica, con características precisas. Los románticos hacían intervenir en sus vidas a Dios, al Destino, a la Fatalidad. Un poeta romántico, jugador empedernido, iba todas las noches, a jugar la noble y pundonorosa pinta en una casa de chinos que había, no recordamos bien si en Valladolid o en Plumereros.

Creemos que en Plumereros. Cuando perdía, alzaba los brazos, miraba enfurecido al techo y exclamaba, trémulo de rabia:
-Baja para pegarte.
Tal proposición se la hacía nada menos que a Dios, porque Dios tenía que intervenir necesariamente en sus aventuras de azar y suerte. Luego vinieron los modernistas que eran seres que se creían un poco perversos. Amaban la cultura y el estudio y de ellos es el parnasianismo. También el simbolismo. De ellos son, pues, Rubén Darío, Stephan, Malí armé y Leconte de Lisie. De ellos es Paul Verlaine. En el Perú, son modernistas José Santos Chocano, Clemente Palma y acaso Domingo Martínez Lujan. Luego vino la generación de los Colónidos, con Abraham Valdelomar a la cabeza. Eran los exquisitos, los decentes, los imitadores de Osear Wilde. También eran trabajadores y han dejado obra. Luego, ya no podemos precisar más generaciones literarias. Surgen nada más que individualidades que trabajan afanosamente, francotiradores que matan por su cuenta y riesgo, como el lobato de Ruyard Kipling. El año 1919 representa la cancelación de las generaciones literarias. Quedan para la inteligencia. Con ella nos viene el comunismo, negación de todos los valores espirituales. A medida que pasan los años, la descomposición intelectual del mundo se acentúa. La vida comercial se recompone, el placer y la holganza se apoderan del mundo. Nadie quiere cumplir con su deber y los trabajadores descubren que el primero de sus derechos es el de no trabajar. La huelga se enseñorea de campos, talleres y fábricas. Y entonces empieza a nacer una generación rara que se prolongará a través de varias generaciones. Cuando viene la segunda guerra y se acentúan y perfeccionan las calamidades que trajo la primera, esa generación que comprende a varias generaciones al fin toma nombre y forma. Es la generación Cocacola. Es decir, un conjunto de hombres gaseosos y desgalichados que no sirven para nada. Dentro de ella hay dramaturgos, pintores y poetas. Todos gaseosos y, en el mejor de los casos, efervescentes. Creen que tienen, como primera obligación, romper con todo lo tradicional y perder el respeto hacia todas las cosas. Ignoran que en el mundo no hay nada que no sea respetable. Comienzan por eliminar vasos y copas. Beben directamente de la botella, mediante cánulas. Diríase que se trata de drenes que se meten a la boca. En materia de vestidos, decretan la muerte de toda la indumentaria que fue cifra y compendio de la elegancia de antaño. Había que andar en camisa. El sombrero y la corbata eran cosas superfluas. Es posible que lo sean, mas no con el criterio desaprensivo de los cocacolas. La cortesía y el respeto son algo ridículo. Más o menos como la copa y el vaso. El dramaturgo cocacola no vacila en compararse a los grandes trágicos griegos. El poeta cocacola nada tiene que hacer con el ritmo, con el metro, con la rima, con las pausas mayores, con las censuras, con los acentos tónicos. Si un grupo cocacola se tropieza con un hombre a quien se le cree respetable o ilustre, debe burlarse de él y, en lo posible, escarnecerlo. La mujer bonita es una maquinilla para usos cocacola escasamente sexuales. La cultura es una mortificación y el trabajo un prejuicio vil. Oír una charla cocacola es menos divertido que escuchar una pajarera o un gallinero; mucho menos gracioso que situarse frente a una jaula de monos. Los cocacola son bailarines de ruidos. El mambo está a la cabeza. Siempre los embriaga la música sincopada. La generación cocacola producto desolado y estéril de dos guerras, precursora quizá de una tercera, carece de los ideales y de finalidades. Supone que se dedica al arte, porque el arte le parece fácil. Cuando se incrusta en la burocracia, presume que está haciendo política. Cuando realiza combinaciones financieras ligeramente deshonestas se le ocurre que está haciendo negocios. No comprende en absoluto lo que es la galantería. Bajo sus pies, semejantes a los cascos del caballo de Atila, han perecido, el piropo y el madrigal, las buenas maneras y el buen vestir. La crisis económica mundial auxilia poderosamente a los cocacolas, porque validos de ella, pueden andar sin camisa y sin medias y alegar que la vida no da tiempo para cultivar la cortesía. En cuanto al amor, es una palabra absolutamente vacía. En el mundo de ayer, la palabra amor era incomprensible e indefinible, pero siempre consoladora. En el mundo cocacola no es nada. Los cocacolas se emborrachan a veces; pero hay que reconocer que no son borrachos. No podrían serlo puesto que no saben beber. Aunque son bailarines y no saben bailar. El supremo afán del cocacola es manejar automóvil. Por la forma como se comportan con las mujeres, parecen asexuales. Lo malo y triste del caso es que también hay mucha mujer cocacola. No es, pues, fácil esclarecer el punto. El asunto sexo siempre ha sido el gran misterio. ¿Hay poetas y literatos cocacola? Seguramente. Por ahí hemos leído cosas que pueden tener otro origen. Triste producto de la guerra, de la miseria y de la desesperanza, la generación cocacola actúa en todo el mundo; pero se embotella en el Perú. Quieren hacernos creer que es nacional. No es cierto. Es cosmopolita, como todo lo que ha resultado de las dos guerras. Lo lamentable del caso es que la generación cocacola es la que viene a reemplazar a aquella que tuvo a Abraham Valdelomar, a José María Eguren, a Enrique Bustamante y Ballivián, a Félix del Valle. Las individualidades que se han presentado no llenan el vacío. La generación cocacola no es una expresión literaria ni una expresión artística. Ni una expresión política. Sus dramaturgos y sus poetas dan risa. Ya vendrá otra generación que le haga justicia a la cocacola y cuando esta conozca el vilipendio y la irrespetuosidad, acaso comprenda -será tarde- todo lo que en la vida significan la cortesía, la tolerancia, el amor al trabajo, el sentido de responsabilidad y el culto por el deber. Será tarde y esto si no viene otra generación gaseosa embotellada en el Perú.

Pero lo verdaderamente desolador es que nunca nos libraremos de la cola. La generación cocacola que nació muy encorbatada y untada de gomina, terminó en camisa. La ha seguido lo que llamaremos la generación Pepsicola, que sigue la noble herencia del desgalichamiento. Y aún quedan la Incacola. Recordaremos que ha habido la Tonicola y la cola inglesa o anglocola. Se trata, pues, de generaciones que si bien no dejan una sucesión deseable siempre traen cola.