Tuesday, March 27, 2012

Las enigmáticas máscaras de la personalización / Pablo E. Chacón

Las enigmáticas máscaras de la personalización

En sus dos últimos libros, el filósofo italiano Roberto Esposito se pregunta qué decimos cuando hablamos de persona. “Cuanto más se trata de recortar las características inconfundibles del sujeto, tanto más se determina un efecto de despersonalización”, dice en un trabajo enfocado sobre la retórica de los derechos humanos.
Por Pablo E. Chacón






 







Esposito es un experto internacional en filosofía politica.


El filósofo italiano Roberto Esposito, profesor de Historia de las Doctrinas Políticas y Filosofía Moral en Nápoles, renueva en “El dispositivo de la persona”, su último libro y en el anterior (“Tercera persona”, ambos publicados por la editorial Amorrortu) la retórica de los derechos humanos; sin impugnar su legitimidad cívica, pero sospechando de la eficacia política de sus postulados. ¿Qué se está diciendo cuando se dice “persona”?, pregunta, y concluye que esa categoría, en lugar de cerrar el hiato entre vida y derecho abierto por los totalitarismos del siglo pasado y la actualidad, lo que ha provocado es contribuir a la imposibilidad de su clausura y reforzar esa misma imposibilidad, dejando el campo abierto para la generalización del estado de excepción permanente bajo el disfraz consensual de la democracia. 
Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, Elias Canetti, Georges Bataille, Giorgio Agamben, Alain Badiou, Michel Foucault, Gilles Deleuze y Simone Weil son los precedentes que el italiano usará para deconstruir a la “persona” y denunciar que como concepto clave de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, dictada en 1948, su principal logro ha sido aplastar lo que de singular caracteriza al sujeto a cambio de una universalidad jurídica que -ecuánime en sus intenciones- resulta de bajísima eficacia en sus resultados políticos: poblaciones enteras masacradas, migraciones forzadas, hambrunas, guerras, propagación de pestes, privatización de la atención sanitaria, fundamentalismos, criminalización de la pobreza, etcétera, no dejaron de sucederse desde 1948 a la fecha. Y mucho más durante los últimos tiempos, que los protocolos de intervención humanitaria están casi exclusivamente bajo la férula de las Naciones Unidas. Pero a Esposito le interesa menos el recuento diario de las calamidades que la fundación filosófica de la “persona” (y el “personalismo”), deudor de la teología jurídica cristiana, que en la actualidad se articula con las tecnologías de la información, el aislamiento, la violencia sin causa y la “desaparición” del sujeto, ese incalculable, impolítico, impersonal, incompleto, sometido a la pulsión de muerte, a la “parte maldita”, a la castración y a la finitud.
La tesis que se desarrolla en el libro es que la “persona”, más que un concepto, es un dispositivo impuesto con objeto de separar, al “interior” del sujeto, voluntad y razón, excluyendo la “animalidad” que lo habita -su impersonalidad. Frente a las críticas más obvias, Esposito jamás dice que la Declaración de 1948 no sirve sino que relativiza sus alcances y sospecha (como intelectual crítico) de las buenas intenciones que como se sabe, de ellas está empedrado el camino al infierno.
“En tiempos en que aun los partidos políticos ambicionan llegar a ser ‘personales’ para producir la identificación de los electores con la figura del líder, cualquier gadget es vendido por la publicidad como ‘personalizado’, adaptado a la personalidad del comprador y destinado, así, a darle mayor relieve, con el resultado de homologar los gustos del público a modelos apenas diferenciados. Otra vez la misma paradoja: cuanto más se trata de recortar las características inconfundibles de la persona, tanto más se determina un efecto, opuesto y especular, de despersonalización”, escribe. Es decir, prestando a cada uno la misma “máscara” de persona, termina por resultar una repetición susceptible de intercambio.
“En contra de una ideología (el nazismo) que había reducido el cuerpo humano a los lineamientos hereditarios de su sangre, esa filosofía se proponía recomponer la unidad de la naturaleza humana, ratificando su carácter irreductiblemente personal”. Para Esposito no es casual que el pensador católico Jacques Maritain, uno de los redactores de la Declaración del 48, defina a la “persona” como “un todo,  señor de sí mismo y de sus actos”, únicamente si ejercita un pleno dominio sobre su “parte animal”, o sea, en términos de Esposito, su impersonalidad.
Desde este punto de vista, el proceso de personalización de algunos es el espejo invertido de la despersonalización de otros. Como dice el filósofo italiano, “’persona’, en la antigua Roma, es quien es capaz de reducir a otros a la condición de cosa. Así, de modo correspondiente, un hombre puede ser considerado ‘persona’ sólo de otro proclamado ‘persona’”. En las antípodas de esta concepción también pueden entenderse las críticas a los derechos universales de Jacques Derrida (que trata la cuestión en su último seminario, “La bestia y el soberano”, publicado en castellano por la editorial Manantial); también las de Agamben y de Alexander Kojeve (“El hombre es producto de la tensión entre su animalidad y su humanidad. Y tan monstruoso es un hombre sólo animal, como un hombre sólo humano”). A esta reacción antihumanista se suma Esposito.
Para Boecio, la persona es “una sustancia individual de carácter racional”, reforzando la distancia irrevocable entre cuerpo y mente -esa tradición que honraron la tradición romana y honra, aún, la cristiana. Y todavía ciertas vertientes macroeconómicas suelen presentarse como una “ciencia” de cálculos racionales, tesis que Albert O. Hirschman destruyó en “Las pasiones y los intereses”, donde disuelve esa división y la primacía de unas sobre otros. Pero “en la perspectiva antigua y medieval, (el sujeto, de raíz aristotélica) no sólo no se opone al objeto, sino que es entendido en el sentido de ‘sujeto a’, mejor que ‘sujeto de’. Este es el punto en el cual la definición filosófica (de sujeto) se cruza con la concepción jurídica romana y también con la idea cristiana de subordinación del cuerpo al alma.
Esposito prefiere centrarse en la analítica trabajada por Foucault entre subjetivación y sujetamiento: en el “interior” del viviente, la persona es el sujeto destinado a sujetar la parte de sí no provista de características racionales, la corpórea, animal o impersonal. Lo contrario a la estrategia de René Descartes, que contrapone res cogitans y res extensa, “asimilando la primera a la esfera de la mente y  la segunda a la del cuerpo”, reproduciendo el mismo efecto de separación y subordinación, “individualizado en la semántica teológica y jurídica de la persona”.
“Nietzsche había sumido la irreversible declinación de aquel léxico, refutando la dicotomía tradicional, a partir de la escisión metafísica entre alma y cuerpo. Sostuvo que la razón, o el alma es parte integrante de un organismo que tiene en el cuerpo su única expresión,  rompe frontalmente con el dispositivo de la persona. Después de dos milenios de tradición, para él es imposible continuar escindiendo la unidad del ser viviente en dos lados yuxtapuestos, y sobrepuestos”. Y después llega Freud: “es evidente que el relieve asignado al padre por el psicoanálisis en el inconsciente, constituye una impugnación radical. Su ‘Psicopatología de la vida cotidiana’ gira enteramente en torno a la dialéctica entre lo personal  y lo  impersonal en una forma que hace del uno contemporáneamente el contenido y la negación del otro. La conclusión que Freud aporta es la individuación de un fondo impersonal, cambio vertiginoso entre  identidad y alteridad, propiedad y extrañamiento, el flujo impersonal que desfigura el perfil y estropea la máscara”. La máscara de la muerte en “El séptimo sello” de Ingmar Bergman.
Al respecto, concluye Esposito, “quien deconstruye con más decisión el paradigma de la persona es Simone Weil. Cuando en la más absoluta soledad, encuentra el coraje de escribir que ‘la noción de derecho tracciona naturalmente, detrás de sí, por su misma mediocridad, la de persona, ya que el derecho es relativo a las cosas personales’, capta el punto central de la cuestión: persona y derecho se sueldan en la doble toma de distancia de la comunidad de los hombres y del cuerpo de cada uno. Sostener, como hace la autora, que ‘aquello que es sagrado está muy lejos de ser la persona, y es lo que en un ser humano, es impersonal’, parece inaugurar un discurso radicalmente nuevo, del cual por ahora no podemos más que advertir sobre su urgencia, aunque sin ser todavía capaces de definir sus contornos. Aquello que debería pensarse es un derecho llevado a la justicia entendido como justicia no de la persona, sino del cuerpo, de todos los cuerpos y de cada cuerpo tomado en su singularidad”.
La inmanencia según Deleuze y la resistencia foucaultiana se orientan en esa dirección: “una vida que coincida hasta lo último con su simple modo de ser tal cual es, una vida impersonal y singular, no puede más que resistir a cualquier poder o saber, destinado a dividirla en partes recíprocamente subordinadas”. Pero lo que dice Esposito en este libro es que no puede ser el derecho el que imponga las leyes a una vida separada de sí misma; por el contrario, la vida es la que debe imponer sus propias normas de referencia. La única manera de soldar derecho y vida en un momento histórico donde ambos conceptos se sostienen separados por la arbitrariedad de poderes globales suturados a la técnica, o en otras palabras, a un estado de excepción permanente, será ir “contra la  tradición del 900 que ha visto en ella el riesgo extremo del que debe salvarse la especificidad del ser humano -cubriéndolo con la enigmática máscara de la persona”.-
Ver:

Friday, March 23, 2012

DE PRONTO..., UN LIBRO, UNA IMAGEN... / ARMANDO ARTEAGA




DE PRONTO...,   UN LIBRO, UNA IMAGEN... / ARMANDO ARTEAGA


Una doncella dando de beber,
amamanta desde sus senos
leche materna, a un anciano caminante
a la salida de Florencia,
en los arrabales de una villa medieval, los abedules
frondosos en la perspectiva y un árbol frutal
dando sombra a una mesa de hambrientos comensales,
es el momento de partir, de no volver la mirada
dejar que atrás se incendie la ciudad, es tiempo de guerra
o de lujuria, según parece, están escorbúticos
la gente de este insigne país,  están sordos
no escuchan canciones de amor, son ciegos
no ven más que ambiciones de centuriones
son  cojos, se cansan de caminar  hacia el sendero de la verdad:
son mudos testigos de esta historia.

Vista desde la ventana celestial de una casa de pintura en caballete: Neptuno.



Neptuno en la fuente.


Sunday, March 04, 2012

Receita de Mulher / Vinicius de Moraes


Hice esta “versión libre”  de “Receita de Mulher” de Vinicius de Moraes, que fue publicada en la revista Penélope N- 2 en febrero de 1979.  La revista la editábamos a mimeógrafo (ediciones del Pájaro Carpintero) con Max Castillo (A.A.)

DE LA HEMBRA/  Vinicius de Moraes *

Las muy feas que me disculpen,
Pero la belleza es fundamental. Es importante
Que exista algo de flor en todo eso,
Algo de ballet, algo de haute couture
En todo eso (o entonces
Que la hembra se socialice elegantemente en azul, como en la República Popular China).
No hay términos medios posibles. Es necesario
Que todo eso sea terriblemente bello. Es de necesidad que de pronto
Se tenga la impresión de ver una garza apenas posada y que un rostro Adquiera de vez en cuando ese color sólo aprehensible en el tercer minuto del amanecer.
Es necesario que todo eso sea sin ser, pero que se refleje y germine
En la mirada de los hombres. Es importante, es absolutamente necesario
Que todo sea bello e inesperado. Es de necesidad que unos párpados cerrados
Recuerden un poema de Éluard y que se acaricie en unos brazos
Alguna cosa más allá de la carne: que se los toque
Como al ámbar de una tarde. Ah, déjame decir os
Que es necesario que la hembra que allí está como la corola ante el pájaro
Sea bella o por lo menos tenga un rostro que recuerde un templo
y
Sea ligera como un resto de nube: pero que sea una nube
Con ojos y nalgas. Las nalgas son importantísimas. Los ojos,
Y esto ni se discute, que miren con cierta maldad inocente. Una boca
Fresca (¡nunca húmeda!) móvil, viva, es también obstinadamente requerible. 

Es necesario que los brazos y las piernas sean flacas: que los huesos
Despunten, sobre todo la rótula al cruzar las piernas, y las pélvicas puntas
En el abrazo de una cintura móvil.
Gravísimo es sin embargo el problema de las clavículas: una hembra sin sabrosas clavículas
Es como un río sin puentes. Indispensable
Es que haya una hipótesis de barriguita, e inmediatamente
La hembra se eleve como un cáliz, y que sus senos (esos duraznos)
Sean de estilo greco-romano, antes que gótico o barroco,
Y puedan iluminar la oscuridad con una capacidad mínima de cinco velas.
Es absolutamente preciso que el cráneo y la columna vertebral
Se vislumbren ligeramente… ¡y que exista un gran latifundio dorsal!
Las piernas  que terminen como astas, pero que haya un cierto volumen de muslos
Y que sean lisos, lisos como un pétalo y cubiertos de suavísimo vello
Absolutamente sensible a la caricia labial en sentido contrario.
Es aconsejable en la axila un dulce césped de aroma propio
Apenas sensible (¡un mínimo de productos farmacéuticos!).
Preferibles son sin duda los cuellos largos
De forma que la cabeza dé a veces la impresión
De no tener nada que ver con el cuerpo, y la hembra nos recuerde
Flores sin misterio. Pies y manos deben contener elementos góticos
Discretos. La piel debe ser fresca en las manos, en los brazos, en la espalda y en la cara,
Pero los recovecos e interioridades deben tener una temperatura nunca inferior A 37° centígrados, capaz eventualmente de provocar quemaduras
De primer grado. Los ojos, que sean de preferencia grandes
Y de rotación por lo menos tan lenta como la de la tierra; y
Que es necesario sobrepasar.  Que la hembra sea alta en principio,
O, si es baja, que tenga la actitud mental de los pináculos.
Ah, que la hembra dé siempre la impresión de que, si se cierran los ojos,
Al abrirlos ella no estará más presente
Con su sonrisa y sus intrigas.  Que ella surja, no venga; parta, no vaya;
Y que posea un cierta capacidad de enmudecer súbditamente y hacernos beber
La hiel de la duda. Oh, principalmente
Que ella no pierda nunca, no importa en qué mundo,
No importa en qué circunstancias, su infinita volubilidad
De pájaro; y que acariciada en el fondo de sí misma,
Se transforme en espera sin perder su gracia de ave y que exhale siempre
El imposible perfume; y que destile siempre
La embriagadora miel; y cante siempre el inaudible canto
De su combustión; y no deje de ser nunca la eterna bailadora
De lo efímero; y en su incalculable imperfección
Sea la cosa más bella y perfecta de toda la innumerable poesía.


*Vinicius de Moraes, Brasil.

Receita de Mulher

As muito feias que me perdoem
Mas beleza é fundamental.
É preciso que haja qualquer coisa de flor em tudo isso
Qualquer coisa de dança, qualquer coisa de haute couture
Em tudo isso (ou então Que a mulher se socialize elegantemente em azul,
como na República Popular Chinesa).
Não há meio-termo possível. É preciso
Que tudo isso seja belo. É preciso que súbito
Tenha-se a impressão de ver uma garça apenas pousada e que um rosto
Adquira de vez em quando essa cor só encontrável no terceiro minuto da aurora.
É preciso que tudo isso seja sem ser, mas que se reflita e desabroche
No olhar dos homens. É preciso, é absolutamente preciso
Que seja tudo belo e inesperado. É preciso que umas pálpebras cerradas
Lembrem um verso de Éluard e que se acaricie nuns braços
Alguma coisa além da carne: que se os toque
Como no âmbar de uma tarde. Ah, deixai-me dizer-vos
Que é preciso que a mulher que ali está como a corola ante o pássaro
Seja bela ou tenha pelo menos um rosto que lembre um templo e
Seja leve como um resto de nuvem: mas que seja uma nuvem
Com olhos e nádegas. Nádegas é importantíssimo. Olhos então
Nem se fala, que olhe com certa maldade inocente. Uma boca
Fresca (nunca úmida!) é também de extrema pertinência.
É preciso que as extremidades sejam magras; que uns ossos
Despontem, sobretudo a rótula no cruzar das pernas, e as pontas pélvicas
No enlaçar de uma cintura semovente.
Gravíssimo é porém o problema das saboneteiras: uma mulher sem saboneteiras
É como um rio sem pontes. Indispensável.
Que haja uma hipótese de barriguinha, e em seguida
A mulher se alteie em cálice, e que seus seios
Sejam uma expressão greco-romana, mas que gótica ou barroca
E possam iluminar o escuro com uma capacidade mínima de cinco velas.
Sobremodo pertinaz é estarem a caveira e a coluna vertebral
Levemente à mostra; e que exista um grande latifúndio dorsal!
Os menbros que terminem como hastes, mas que haja um certo volume de coxas
E que elas sejam lisas, lisas como a pétala e cobertas de suavíssima penugem
No entanto, sensível à carícia em sentido contrário.
É aconselhavel na axila uma doce relva com aroma próprio
Apenas sensível (um mínimo de produtos farmacêuticos!).
Preferíveis sem dúvida os pescoços longos
De forma que a cabeça dê por vezes a impressão
De nada ter a ver com o corpo, e a mulher não lembre
Flores sem mistério. Pés e mãos devem conter elementos góticos
Discretos. A pele deve ser frescas nas mãos, nos braços, no dorso, e na face
Mas que as concavidades e reentrâncias tenham uma temperatura nunca inferior
A 37 graus centígrados, podendo eventualmente provocar queimaduras
Do primeiro grau. Os olhos, que sejam de preferencia grandes
E de rotação pelo menos tão lenta quanto a da Terra; e
Que se coloquem sempre para lá de um invisível muro de paixão
Que é preciso ultrapassar. Que a mulher seja em princípio alta
Ou, caso baixa, que tenha a atitude mental dos altos píncaros.
Ah, que a mulher de sempre a impressão de que se fechar os olhos
Ao abri-los ela não estará mais presente
Com seu sorriso e suas tramas. Que ela surja, não venha; parta, não vá
E que possua uma certa capacidade de emudecer subitamente e nos fazer beber
O fel da dúvida. Oh, sobretudo
Que ela não perca nunca, não importa em que mundo
Não importa em que circunstâncias, a sua infinita volubilidade
De pássaro; e que acariciada no fundo de si mesma
Transforme-se em fera sem perder sua graça de ave; e que exale sempre
O impossível perfume; e destile sempre
O embriagante mel; e cante sempre o inaudível canto
Da sua combustão; e não deixe de ser nunca a eterna dançarina
Do efêmero; e em sua incalculável imperfeição
Constitua a coisa mais bela e mais perfeita de toda a criação imunerável.


Óleo: Amadeo Modigliani.

Thursday, March 01, 2012

HACE 18 AÑOS FALLECIÓ ELISEO DIEGO: LEYENDA DE LA POESÍA LATINOAMERICANA

 ME QUEDARÍA CON LA POESÍA

Eliseo Diego: 18 aniversario de su muerte

 (11-02-2012)

Por Emilia Sánchez




Eliseo Diego (La Habana, 2 de julio de 1920-Ciudad de México, 1 de marzo de 1994) fue de oficio, poeta, como decía él: «un pobre diablo a quien no le queda más remedio que escribir en renglones cortos que se llaman versos. Y lo hago no por vanidad o por el deseo de brillar, o qué sé yo, sino por necesidad, porque no me queda más remedio que escribir estas cosas que se llaman poemas
NO ES MÁS
por selva oscura…

Un poema no es más
que una conversación en la penumbra
del horno viejo, cuando ya
todos se han ido, y cruje
afuera el hondo bosque; un poema
no es más que unas palabras
que uno ha querido, y cambian
de sitio con el tiempo, y ya
no son más que una mancha, una esperanza indecible;
un poema no es más
que la felicidad, que una conversación
en la penumbra, que todo
cuanto se ha ido, y ya
es silencio.
Es uno de los más grandes poetas que hay en la lengua castellana. Gabriel García Márquez

El humo diviniza la imagen de Eliseo en su discurso inaugural de En la Calzada de Jesús del Monte, cuando el incienso opulento y sobrio hace escaladas y la espiral definitiva de esa lectura queda adherida a la hidra matriz de la poesía. José Lezama Lima

Muchos son, ya se ve, los méritos de Eliseo. Su mérito mayor, sin embargo, es no haberse envanecido nunca de sus méritos, y haberse declarado siempre un simple artesano de la palabra, alguien que hace poemas como otros hacen muebles o zapatos, pero eso sí, con la infinita atención, delicadeza y esmero con que debieran trabajar todos los artesanos y todos los hombres. Su lección de humildad es al mismo tiempo una lección de responsabilidad. Su culto de la forma es su mayor culto a la patria y a los héroes. En ninguna página salida de sus manos hallaremos nunca una gota de chapucería. Todas las páginas que han salido de su corazón y de sus manos, y con ellas el poeta mismo, constituyen un orgullo para quien tuvo el privilegio de iniciarse con él en la aventura de las letras, desde las aulas escolares. Cintio Vitier

Eliseo Diego es una de las personalidades literarias más completas y brillantes de la historia de la literatura, no solamente contemporánea, ni de la literatura cubana, es una figura representativa dentro de la lengua española. José Antonio Portuondo

Adentrándose en las cosas más humildes, en el polvo, en la pobreza misma, la poesía de Eliseo Diego llega a erigirlas. Mas el alma no erige, sino que recoge; no construye, sino que abraza; no fabrica, sino que sueña. Poesía la de Diego, que resulta tan sólo de una simple acción: prestar el alma, la propia y única alma, a las cosas para que en ellas se mantengan en un claro orden, para que encuentren la anchura del espacio y el tiempo, todo el tiempo que necesitan para ser y que en la vida no se les concede. María Zambrabo

Eliseo Diego es uno de los mayores poetas con los que actualmente cuenta nuestra lengua, quizás el más refinado, el más «arcaico», por ello el más puro y sencillo. Es un placer estético en sentido más alto leer su poesía, como lo es escuchar una música de cámara construida con unos cuantos instrumentos perfectos. Jaime Labastida

En la poesía de Eliseo Diego, lo que con mayor fuerza me atrae y más hondamente despierta mi admiración, es su poder de acercarse a lo cotidiano y simple con palabras de una pureza inaugural, intemporal y originada en las más entrañables corrientes del idioma. Álvaro Mutis

Resulta demasiado fácil atribuir solo a la balcanización cultural de nuestros países un hecho tan absurdo como la escasa difusión que Eliseo ha tenido hasta ahora fuera de Cuba. [...] La simple omisión pasa a convertirse en profunda injusticia si se conoce un libro como En la Calzada de Jesús del Monte (1949), que por cierto no propone una inversión estallante de la realidad ni se adhiere a ninguno de los diversos entusiasmos que con frecuencia embargan a los cronistas literarios de esa misma realidad. En la Calzada de Jesús del Monte es un libro fundamental, ejemplar en más de un sentido, y considero que, en la irradiación a las más jóvenes promociones cubanas, su lección de autenticidad es verdaderamente inapreciable. Mario Benedetti

La muerte era lo único que faltaba a Eliseo Diego para convertirse en leyenda de la poesía latinoamericana. Octavio Paz


Ver: