ALLKO, PERRO NEGRO / ARMANDO ARTEAGA
-Allko, sufres.
¿Qué frío hace aquí en
Chalhuanca?.
La mujer enrumbo por la calle
principal del pueblo y llegó a la puerta del restaurant Kimsa que atendía a los
comensales de la agencia-turística de viajes Wari.
La mujer compró un par de
chaplas.
-Allko, qué frío hace, perro
negro, duermes a la intemperie-.
Nadie te quiere, perrito. Un día de estos te vas a morir de rabia, o te
van a dar bocado, como a tantos perros callejeros.
Cielo azul serrano, cojera de
perro, lágrimas de mujer, no hay que creer, reza la sentencia popular.
La mujer fue hasta los puestos
de comida del Mercado. Las otras mujeres
vendedoras estaban ocupadas con las candelas de las cocinas preparando los
desayunos: el caldo de cabeza de carnero, el arroz con papas fritas, las
cachangas.
-Allko, vas a morir, no
mereces seguir viviendo.
La mujer se sentó en uno de
los puestos de comida y pidió un rachi, mondonguito italiano con laurel, estaba
rico, se miraba bien, y tenía color. La
mujer comió lentamente, elegantemente.
-Allko, perro, tienes que
morir.
La otra mujer que cocinaba le
dijo a la mujer que comía lentamente, mucho frío, casera, toma cafecito,
calientito.
La mujer terminó y pagó la
cuenta.
-Te vas a morir, toda la noche
has aullado, perro, allko!.
Perro negro, hombre de poncho
nogal, enamorador, allko mujeriego,
fiestero, guitarrero. Don Plácido: el
agua, el alcalde, la chacra, el profesor, el hombre de mil oficios para
solucionar mil problemas. Papá Plácido!,
le llama la gente de este pueblo en las minkas, sí. Plácido Aucahuasi, un misti
enamorador de las cholas, desde que era mocete, de maktillo. Ahora cuarentón
seguía igual, embuatero, embaucando mujeres, perjudicando warmis,
emborrachándose en las ferias y en las fiestas patronales, paseándose elegante
con el brioso caballo negro que nunca lo abandona, cantando en las cantinas: mi
mojera y mi caballo…, perro negro, ya nadie te soporta. Allko, el frío hace castañear las muelas,
temblar las corvas, perro, perrito negro faldero, no me sigas engañando, no me sigas
persiguiendo -meditaba la mujer arropándose en su chal negro-.
-Te regaño, allko!.
-Te vas a morir, toda la noche
has aullado, perro, allko!.
La primera tienda de la Plaza
Principal era la ferretería Rex & Fast que abría sus puertas temprano. Don Cirilo Dongo apenas se deslegañaba los
ojos.
La mujer empezó a llorar en
silencio. Su alma estaba enferma. Legañas
de perro debí ponerme en los ojos, para ver mejor las cosas de la vida –pensó-.
-Un veneno pa´ratas, “El Campeón”-pidió
la mujer . Acurrucando más sus brazos a
su cuerpo, cubriéndose ante el frío, en su chal negro. Ahora voy hacer
comprender a este perro. Pagó un sol de
oro por el pequeño "sobre” de colores.
-Allko, cuando aúllas me
atormentas-murmuró-. Te vas a morir, perro. Ni el Señor de Animas te va a salvar.
Por fin el perro callejero,
tan fisgón, abandonó a la mujer en el
mismo Centro de la Plaza, se fue por otra ruta, olfateando otros problemas de
la vida. Tras alguna otra perra en celo,
debe estar ahora.
-Te sacaré de este infierno,
pecador –pensó la mujer-. ¿Porqué los aymarinos son tan así, dejados?. Se dejan pisar el poncho por los forasteros,
vienen los puneños y hacen plata por estos lugares, venden sus baratijas, se compran las mejores casas de los
principales, los mejores ganados, …y los yanaquinos, los sañayquinos, los
torayinos, los sorayinos, los capayinos, nada, todos, siempre pobres, trabajando como burros,
con frío, con legañas, muriendo, con ojos rojos, llorando en silencio.
Iba pensativa la mujer de
reboso negro cubriéndose con los brazos cruzados, dubitativa, espontaneas,
metida en sus propios pensamientos, en su mar de preocupaciones.
Cipriana Mamani era una mujer
inteligente, esa mañana, siempre astuta, pero vengativa.
Le preparó el desayuno a su
esposo. En el quaker con leche le dejó
caer el polvo del sobre del veneno pa´ratas.
-No se puede vivir sin el
amor, allko!.
-Pa´rato estoy aguantando
vivir en este pueblo.
La mujer salió de su casa para
seguir con las tareas diarias de la chacra, a cuidar los alfalfares, los
maizales que se los arrasan los loros.
Por sí los loros, dejó todo
arreglado.
En la noche, cuando regresó,
jalando su vaca.
Un grupo de señoras la espera
en la entrada del barrio de Kanchuillca.
-Tu marido se ha muerto.
-Tu marido se ha
suicidado.