POEMAS DE CÉSAR DÁVILA ANDRADE
Espacio, me has
vencido
" Espacio, me has vencido. Ya sufro tu distancia.
Tu cercanía pesa sobre mi corazón.
Me abres el vago cofre de los astros perdidos
y hallo en ellos el nombre de todo lo que amé.
Espacio, me has vencido. Tus torrentes oscuros
brillan al ser abiertos por la profundidad,
y mientras se desfloran tus capas ilusorias
conozco que estás hecho de futuro sin fin.
Amo tu infinita soledad simultánea,
tu presencia invisible que huye su propio límite,
tu memoria en esferas de gaseosa constancia,
tu vacío colmado por la ausencia de Dios.
Ahora voy hacia ti, sin mi cadáver.
Llevo mi origen de profunda altura
bajo el que, extraño, padeció mi cuerpo.
Dejo en el fondo de los bellos días
mis sienes con sus rosas de delirio,
mi lengua de escorpiones sumergidos,
mis ojos hechos para ver la nada.
Dejo la puerta en que vivió mi ausencia,
mi voz perdida en un abril de estrellas
y una hoja de amor, sobre mi mesa.
Espacio, me has vencido. Muero en tu eterna vida.
En ti mato mi alma para vivir en todos.
Olvidaré la prisa en tu veloz firmeza
y el olvido, en tu abismo que unifica las cosas.
Adiós claras estatuas de blancos ojos tristes.
Navíos en que el cielo, su alto azul infinito
volcaba dulcemente como sobre azucenas.
Adiós canción antigua en la aldea de junio,
tardes en las que todos, con los ojos cerrados
viajaban silenciosos hacia un país de incienso.
Adiós, Luis Van Beethoven, pecho despedazado
por las anclas del fuego de la música eterna.
Muchachas, las mi amigas. Muchachas extranjeras.
Dulces niñas de Francia. Tiernas mujeres de ámbar.
Os dejo. La distancia me entreabre sus cristales.
Desde el fondo de mi alma me llama una carreta
que baja hasta la sombra de mi memoria en calma.
Allí quedará ella con sus frutos extraños
para que un niño ciego pueda encontrar mis pasos...
Espacio, me has vencido. Muero en tu inmensa vida.
En ti muere mi canto, para que en todos cante.
Espacio, me has vencido... "
La casa abandonada
(Entré al atardecer, con sol perdido)
El patio lloraba una estatua vacía.
Profundos caballos de polvo viajaban
hacia los lugares más vagos del moho.
Un hoyo remoto pasaba a la nada.
El vacío entraba con sus muchedumbres
y con sus inmensas campanas ya mudas.
Oí un paso dado en otra centuria
y vi en una cisterna el muñón de mi alma.
Un viento blanquísimo dormía doblado
en un seco lienzo de aves olvidadas.
Un reloj yacía en ácidos profundos
y el peso de un pájaro recorría el muro.
Una niña muerta soñaba en un cuento
dicho desde una alta ventana de niebla.
Hacia atrás viajaba un abecedario,
los días antiguos eran los primeros
por una pequeña compuerta de naipes...
(En un muro blanco, hallé esta leyenda:
«El 7 de marzo murió María Eugenia» ).
Arriba en la tarde flotaban obispos
con lámparas llenas de azufre y de trigo.
Arriba en la tarde,
y no era yo mismo el que había vuelto.
Era un extranjero al que a veces lloro
y en el que ya he muerto...
Poema
Si ahora vuelve, niégale. Preséntale a su mar.
Así, vestido ya de algún espejo, se alejará.
Hay que madurar. Oscurécete.
Si golpea, escúchale. Tiene una forma
cuando queda fuera.
La lluvia le ciñe un paisaje demoledor
y sus hierros pueden dar pan
a la mula en que pasa.
Pequeño Joven: aún no puedes
crearlo como Huésped.
Oye cómo persuaden las viejas herrerías.
Los dedos salvajes
y los salvajes meses de Marzo
son todo viento sobre su cabellera
nutrida ya de polos.
Toda resurrección te hará más solitario.
Mas, si en verdad quieres morir,
disminuir ante los pórticos,
comunicarte,
entonces ábrele.
Se llama Necesidad.
Y anda vestido de arma,
de caballo sin sueño,
de Poema.
Poema número uno
Ahora sí. Tú puedes ya mirarme.
Soy compañero de los ofendidos;
de las almas oscuras que transitan
la profunda llanura de la noche,
amando tristemente los abismos
y las jaurías cárdenas del vino.
Ahora sí. Tú puedes ya mirarme. ..
Padezco el peso puro de la tierra
sobre mi corazón buscador de ángeles,
sobre mi alma hechizada por el río
azul e inmóvil que atraviesa el cielo
con invisibles olas siderales
y con mil barcas de humo pensativo.
Una vez quise abrir tu paraíso
con una aguja débil de rocío.
Hoy amo el cielo humano de la arcilla
poblado de fantasmas que tiritan.
Amo la soledad, la sed, el frío,
la carne vestidora de incurables,
el pecado y su fina risa de ámbar.
Sí: ya puedes mirarme.
Enterré ya los mármoles que amaba.
Duermen en él los ángeles helados
en ocultos tropeles ateridos.
Ya sé odiar berilos y zafiros,
-parásitos brillantes de la roca-.
No deseo admirar tus vestiduras
salpicadas de signos y asteroides.
Amo la desnudez de los caminos.
Sí: ya puedes mirarme.
Por la llanura de la noche cruza
una pequeña luz que cabecea;
ella es mi pecho roto en el que tiembla
la fiebre inextinguible.
Ya puedes tú mirarla;
tú que vives arriba
y que talvez no eres inconmovible.
Profesión de fe
No hay angustia mayor que la de luchar envuelto
en la tela que rodea
la pequeña casa del poeta durante la tormenta.
Además,
están ahí las moscas,
veloces en su ociosidad,
buscando la sabor adulterina
y dale y dale vueltas
frente a las aberturas del rostro más entregado
a su verdadera cualidad.
El forcejeo con la tela obstructiva
se repliega en las cuevas comunicantes del corazón
o dentro de la glándula de veneno del entrecejo
cuyos tabiques son
verticales al Fuego
y horizontales al Éter.
Y la poesía, el dolor más antiguo de la Tierra,
bebe en los huecos del costado de San Sebastián
el sol vasomotor
abierto por las flechas.
Pero la voluntad del poema embiste
aquí
y
allá
la Tela
y elige, a oscuras aún, los objetos sonoros,
las riñas de alas,
los abalorios que pululan en la boca del cántaro.
Pero la tela se encoje y ninguna práctica
es capaz de renovar
la agonía creadora del delfín.
El pez sólo puede salvarse en el relámpago.
Tiempo
imperceptible
Hasta cuándo, Noviembre, buscas
en los días
aquello que se da en el agua,
sin que a nadie humedezca dentro
ni se releje fuera.
Aquello que permanece
cuando, después de la evaporación,
manos ya sólo en venas
sustituyen el tacto de ultramundo.
Tú has visto cómo
aquella hoja de álamo, al caer,
disminuía tanto sus asas de madera
que sólo era posible llorar
de pensamiento a pensamiento
ante la aparición de las fogatas.
A través de los días, oh Noviembre,
permanece en acecho
la Perra
que hará reverdecer todas las puertas.
Tú, la furiosa y
maternal amada!
Esta tierra muerde a sus hijos mientras los dioses
consultan cartas estelares, cerraduras volcánicas,
o agrupan nuevas águilas en el ramaje
de los diluvios y las catedrales.
Esta tierra atrapa al niño y su rueda de alquiler
perseguida por el constante "ya voy" del
corazón,
pero vomita la simiente que hubiera sido:
"Gracias os damos..."
Esta tierra engulló al hortelano y al labriego
cuando el maíz y el álamo alcanzaban
la estatura estival, el friso de oro
que golpean en coro los caballos
en el sonoro pozo de las eras.
Yo estuve a la mesa, frente a la garrafa
y el agua de pronto, como falda viva
agitose la altura de sus muslos.
Porque esta tierra nos siembra vivos
y nos cosecha en débil grano expósito.
Ayer, el abuelo y el siglo contertulio
fumaron juntos, rodeados de mazorcas y de espigas.
Torre de papagayos y tambores edificaron
para los molinos
La abeja construyó el paulatino tabique
dulcemente difícil.
Los meses recorrían ruedas puntuales,
agujas de asiduo pestañear.
Llenaban los dedales en que hoy escarba el hueso.
Cumplían con la dichosa piel del lomo
y el pulimento fraternal de la madera.
Pero esta tierra muerde como una loba ciega
cuando la mano extiende su parpadeante búsqueda.
Ayer no más, decían: "Sembrado hemos.
Ya vendrá Agosto.
Los graneros tendrán hasta las cejas..."
Oh mes violento, torrencial sepulcro
del hombre, del ganado y del alero!
La cruz que quiso asirse de los bordes
penetró de costado y el sacristán del alba
desayunó las luces subterráneas de los muertos.
El campanario derramó los nidos y los anchos
pulgares de los viejos albañiles.
La casa azul quedóse
sin esquina y la plaza,
despedazada y sola, retornó a la pradera
revuelta del guijarro y de los cuervos.
Porque esta tierra muerde al mendigo
innumerable que la besa
y da vivienda nocturna al roedor
y azul enmarañado a los murciélagos.
Oh tú, furiosa y maternal amada,
dónde está el alfarero? En qué cuneta
yace el hortelano?
Dónde está el fiel espía del cereal luminoso
o el centinela oscuro de tu nieve?
Hoy nace el sembrador, patria impaciente,
y tú, ya le cosechas para dentro!
Variaciones del
anhelo infinito
Si alguna azul mañana de febrero,
tras una larga noche de tormenta,
encontraran tus manos
el cadáver de un ángel en el campo. ..
Si alguna vez, hacia la media noche,
con tu sagrado sexo en las tinieblas,
te me acercaras tanto,
que pudiera oír cómo cae de tus labios
una dulce minúscula sin letra...
Si alguna vez, después de haber leído
una carta de amor, fueras descalza
hasta el río que amaste cuando niña
y escucharas el tránsito de mi alma...
Si alguna vez variaras sin motivo
la dirección delgada de tus trenzas
y te sintieras una joven nueva
con una diadema de gavillas y heno...
Si alguna vez tus manos se elevaran
tanto hacia el aire que no fueran materia
sino un deseo de sentir el alma
celeste y silenciosa de las cosas...
Si algún día tu voz (la que conozco),
atravesara sola esas praderas,
encontrara una fuente silenciosa
y le enseñara a pronunciar tu nombre...
Y, si pasaran siglos, muchos siglos,
y nosotros no fuéramos los mismos
después de tanto sueño en otras vidas;
si, entonces, te encontrara de repente
en una ciudad que todavía no existe
y lograra acercarme y estrecharte
con este amor que ahora no es posible...
*
Nacimiento:2 de Noviembre de 1918\ Defunción:23 de Abril
de 1967
Reseña biográfica
Poeta y cuentista ecuatoriano nacido en Cuenca en 1919.
Debido a los modestos recursos de su familia, se vio
obligado a abandonar los estudios primarios para intentar varias ocupaciones.
Se radicó en Quito hasta el año de 1951 cuando conoció a
Isabel Córdova, con quien se estableció como periodista
en Venezuela reafirmando así su carrera como escritor y
poeta.
Su obra, de corte neo-romántico y surrealista, alcanzó su
plenitud al finalizar la década de los años cuarenta cuando publicó una gran
cantidad de poemas entre los que sobresalen: «Esquela al gorrión doméstico»,
«Canción a la bella distante», «Invitación a la vida triunfante» y «Espacio me
has vencido». Posteriormente fue publicada «Carta a la ternura distante»,
seguida de «Canción a Teresita » y «Oda al Arquitecto»,
estas dos, de lo más destacado de su creación.
El poeta, acosado por su vida bohemia y sus angustias, se
suicidó en Caracas en 1967