Wednesday, December 28, 2011

POEMAS DE EDUARDO MITRE


POEMAS DE EDUARDO MITRE

EDUARDO MITRE

Eduardo Mitre (1943- ). Poeta boliviano. Nació en Oruro, Bolivia, en 1943. Ha publicado los libros de poesía: “Morada”; “Mirabilia”; “Desde tu cuerpo”; “Razón ardiente”; “Ferviente humo”; “Elegía a una muchacha”; y, “Líneas de otoño”. Como ensayista ha escrito “Huidobro, hambre de espacio y sed de cielo”,  y la antología “El árbol y la piedra: poetas contemporáneos de Bolivia”.



Camino de cualquier parte

AEROPUERTOS
Entre partida y llegada
somos
las dos caras de Jano.

Vemos unos ojos
con lágrimas (atrás
en la anochecida
distancia) y vamos

hacia otros
suspendidos al alba
por el fértil asombro
de la mirada.

ZONA DE EMBARQUE

Se angosta el paisaje
al filo de los pasos.
Huele a paraje
el amplio espacio.

Se pisa una calzada
de luces y sombras
donde duda la mirada
y tropieza la memoria.

Es la zona de embarque
en el aeropuerto del tiempo.
Cada cuerpo es el pasajero,
la nave y el equipaje.

Y aguardábamos las señales,
inquietos, sin saber
si llamarán para emprender
o cancelar el viaje.

 LARSEN

En Montevideo (ese recodo del tiempo)
la súbita revelación de tu rostro,
tu alta frente,
                    tu pelo hebreo,
el verde profundo de tus ojos,
la garúa de tus pasos
por el estuario,
la extraña sensación
de habernos conocido hace tiempo,
el húmedo silencio
de tu boca en un cuarto,
la sabiduría inocente
de tu lengua en el beso,
el pausado
                    creciente
                                   oleaje del deseo
y la sal de tu nombre
a ciegas esparcida
en el mar tempestuoso de tu cuerpo.

Luego, como al despertar de un sueño,
la navaja de la partida
hundida hasta el hueso,
y la sal del recuerdo
derramándose en la herida.


V.H.
Eyes I shall not see again.T.S.E

La cantidad de infinito
patente en tus ojos,
y que como Tántalo ansío
sin probar ni un sorbo:
This is my afliction. 


PENA

Con la misma mano
que te hirió,
ciega de ira
como una pedrada;

con la mano cortada
por tu mejilla,
ahora mancho esta página,
sangro estas líneas.

  
VIÉNDOTE DORMIR

Las piernas recogidas,
las manos casi juntas,
una mejilla encendida,
la otra tibiamente oculta.

Toda entera, envuelta
en la cuna del sueño,
en posición contrita
respiras, regresas

al tiempo sin tiempo
anterior a tu nombre,
a la herida del nacimiento,
a la caída en ti misma.

Flor apacible, vuelta
semilla, a oscuras,
ajena a esta vida, buscas
otra menos cruenta.


EL ENEMIGO
No sé cómo abordarlo
sin que ahora me toque
y me tiemble la mano
y el pulso se azore.

Mejor estampar su nombre
-¿conjuro o indigna marca?-
en la frente alta y noble
de esta blanca en clama:

                   EL MIEDO

Lo veo sin verlo en la infancia,
tras el estampido del trueno
en las figuras que traza
en las manchas del techo.

Dibuja un círculo negro
y nos deja solos afuera
mientras todos se quedan
mirándonos desde adentro.

Insidiosamente nos cerca
como al niño extranjero
acorralado en el centro
de un baldío sin puerta.

Sin gracia ni ritmo calca
el aletazo del cuervo
o del paso enorme y quedo
de la tarántula.

Multiplica los corredores
en la planicie del sueño
y amasa hasta el vértigo
la cera de la metamorfosis.

Congela su vista la caras,
disloca sus rasgos y gestos,
y sin pudor las retrata
su infamante espejo.

Invisible, la soga al cuello,
su mano tira y afloja,
como el verdugo que juega
a si te dejo vivo o muerto.

Escondido, anda suelto
por calles, atajos y plazas,
donde fingimos no conocernos,
cómplices de su amenaza.

Nos posee alma y cuerpo,
y convierte a las palabras
en una mendaz mordaza
más abyecta que el silencio.

Petrifica a la alegría,
se confunde con el amor,
su presencia ubicua
simula el rostro de Dios.

El fruto vacío del mal
es su cotidiano alimento.
Imprevisible como el azar
su soplo de desaliento.

Nunca dominaremos
su gramática obscena,
ni su sintaxis perversa
regida por el suspenso.


BALADA POSTMODERNA

Tu voz allende el mar
suena en el auricular
como si estuvieras
en la otra pieza.

Sobre la mesa de noche:
el reloj, tu retrato
y la carta -por fax-
de tu puño y letra.

Mañana, ya inminentes
en la pantalla: tu risa,
tu mano, tu sortija,
tu cabellera y el peine.

Según se oye y se ve,
ya no queda tiempo
ni espacio
para la ausencia.

Sin olfato ni tacto,
todo se lo bebe
el simulacro
de la presencia.

Te escribo este poema
como una protesta
de amor que se rebela
a consentir la indiferencia.


EPIGRAMAS

(Selección)
GRAMÁTICA
De tus pies a tu frente,
tu cuerpo es una frase
en la que aprendo a nombrarte.


SOBRE TUS CEJAS
En dos trazos diseñan
lo que te sucede dentro.

Bosquejan lo que vives
en el bosque del sueño.

Jaspean el invisible
rostro del silencio.

Como tus brazos se extienden
y se estrechan

partidas como tu sexo
entre mis piernas.

Baja y sube la sed
por tus fuentes gemelas.

Paso bajo dos arcos:
desaparecen.

Entro en ti
y bebo a ciegas.

  
EPIFANÍA

Follaje de caricias y besos,
frutos los cuerpos
maduran dentro:

Se abren, se parten
en dos mitades
se comparten enteros:

Como una granada
estallan juntos justo a tiempo:
volcán de espumas
mar de brasas:

Un instante inmemorable
vislumbran ciegos
el rostro que dibuja
y borra el deseo.




***

CASI LA DICHA


                                                                     a Martha Beatriz

En Hanover este crepúsculo de invierno.
tu desnudez consumada:
                                                  brasa blanca en el lecho.
Y la mirada que vuelve a gozarla
en la penumbra del deseo.
                                                                  En la ventana
la nieve extendida
                                             como tú en el sueño
absorta
                   como mis ojos sobre la página.
Lejos:
                   el grito de los niños
que resbalan por la colina
                                                           y el silencio y el pino
plantados
                         como un solo cuerpo
en el aquí y el ahora
                                                      donde no falta sino
la palabra digna
                                         de tanto don tanta gracia.

De "Líneas de Otoño"


Poema Razón Ardiente de Eduardo Mitre

a Nazri

París, invierno de 1980
Queridos pájaros ausentes
Barrios de nieve
Pinos
Pacientemente sentados
Desde la penumbra de un cuarto
A la luz de la lámpara
Solitaria
Como la Khiswara en el Altiplano
Inclinado sobre la página
El vertiginoso pasado
La infancia apenas un eco
Un silbido lejano
un río
De rostros distantes
O muertos
La patria:
Un río de nombres ensangrentados
No héroes ni hermanos:
Corderos sacrificados
Al buche de topos feroces
Renacerán con su pueblo
(¿Cuándo?)
Cae la nieve
nieva silencio
Así ha de nevar ?ya está nevando?
También el olvido
No escribo para abolirlo
Para nosotros escribo
Elizabeth Peterson:
Nunca tendremos un hijo
En tu vientre hermoso
La cicatriz
Brillaba como un castigo
Y éramos inocentes
éramos dichosos
Ahora mismo recuerdo cómo
Del bosque dormido del diccionario
Una mañana de pronto
Tus labios finos me regalaron
Una palabra:
Mirabilia
Las cosas no son un misterio
Son un obsequio
Vivir
Prodigio de nuestros muertos
Elizabeth Peterson
al separarnos
No me fui solo: me fui contigo
En mi país ya era otro
mirando
El alba entraba a cuchillazos
En el cerro de Urkupiña
Sudor y plegaria
golpeaban
La roca de la injusticia
No se quebró para los pobres
(¿Se quebrará algún día?)
Armadas de su hambre
Cuatro mujeres
estrellas matutinas
Rompieron la noche de siete años
Nos abrieron el camino
Y no supimos caminarlo
¿O no pudimos?
17 de julio
Bajo un cielo purísimo
Envueltos en el impío
Polvo de la codicia
Llegaron los tenebrosos
Y un árbol joven que cae
El sacrificio
Del que dijo verdades
Y un pecho unánime el numeroso
De los que nunca dijeron nada
Recuerdo:
El miedo royendo las casas
Avergonzada de su cuerpo
El alma
No sabía dónde esconderlo
Cuerpos almas
Profanados por la saña
El resentimiento
Familias arrojadas
A las playas del exilio
Las únicas que siempre tuvimos
Nos falta
mar
interior
Queremos ídolos
Ignorar que somos divinos
Nuestro pecado mayor
Sopla el tiempo Brota el sol
La primera paloma: Primavera
Pinos gloriosamente sentados
Por la escalera en caracol
Bajas cantando
No hay más ascensión que hacia la tierra
Contigo baja la luz tintinea
en la tetera
Por calles y plazas nos lleva
Moviendo piernas brazos caras
?La muy traviesa titiritera?
A orillas del río se acuesta A tu lado
un viento adolescente
A punto de urdir pájaros
Se detiene
pasa
  Un verso de Heráclito:
  Nombre del arco: vida
Obra del arco: muerte
El viento recomienza
faldas risas de mujeres
Se desvanecen
Todo es tránsito
Como el Sena y el Choqueyapu
La luz se va lentamente
En tus ojos recojo sus agonías
Sus éxtasis
Allá es mediodía
Estarán poniendo la mesa
Y comerán solitarios
Con ellos estamos
Pese a la ausencia
Verde
Una luciérnaga:
Rosario de ocasos y amaneceres
La noche entra
Enciende astros y sexos
Los muertos se siguen muriendo
¿No hay sentido sólo término?
?No hay pregunta bien hecha?
La vida es un entierro
Y una fiesta
Orfeo
orfeón
orfebre
Canta goza bebe La copa
la copla
la cópula del universo

París, primavera de 198..
Perplejidad

Qué cosa extraña, Lejana:
nunca te recuerdo desnuda,
siempre llevas algo puesto:
un abrigo rojo,
una falda larga
y, en pleno verano,
una blusa cerrada.

No, nunca amanecen en mi memoria
tus senos descubiertos,
ni tus muslos,
ni el fino triángulo
que cubría tu sexo.

Tu desnudez permanece
como una flor en la sombra,
como si alguien me castigara
devolviéndote
no solo a tu misterio
sino también a tu virginidad.

Y pensar que, entonces,
ardíamos juntos
como un par de leños.

Qué riguroso, Lejana, el modo
en que volvieron a vestirte
las manos del tiempo.


POÉTICA

 Se sostiene a menudo que cada obra supone una poética;  creo que la mía no contempla ninguna de manera explícita, programática, aunque en poemas como “Trébol de cuatro hojas”, “Las amorosas”, “Escritura”, “Las rocas”, pertenecientes a  distintos libros, se pueden encontrar elementos que acaso diseñen una poética. En todo caso, esas y otras piezas entrañan una reflexión sobre el poema, una relación crítica entre el lenguaje y la realidad, entre la poesía y la historia


TRÉBOL DE CUATRO HOJAS

      1

     

       Ella ríe en la dicha de ser

       de estar

       por primera vez

       en el día.

          

       Ella ríe

       claramente agradecida

       de tener ojos y manos

       y una sombra tan sencilla.



       Las cosas que no existen

       se mueren de envidia.



      2



       Carrozas de luz

       la pasean por el día.



       Porque ella mira y toca

       y goza  y sólo nombra:

       Árbol

            Brisa

                        Piedra

       y no adjetiva

       los pájaros profundos

       la critican.



       Los pájaros profundos:

       No las golondrinas.


      3



Su silencio es un acto claro:

           La dice entera

como el vuelo dice al pájaro.

 
4



       A decirle al árbol: Árbol

       A la sombra: Ánimo

       A leer la lluvia

       A palpar los verdaderos milagros

       A comulgar su propio cuerpo

       consagrado en el verano

       A comulgarnos

       A saber el llanto

       A combatir el espejo

       al topo entronizado

       A pescar en el silencio

       el nombre rápido del río

       A fecundar el olvido

       A darle a la muerte un pasado.



CUERPOS



            Hay un cuerpo que nos despierta

            al milagro del cuerpo.

            Hay un cuerpo que nos despierta

            a la soledad del deseo.

            Hay un cuerpo que nos despierta

            al paraíso del cuerpo.

            Hay un cuerpo que nos despierta

            al infierno del cuerpo.

            Hay un cuerpo que nos despierta

            a los poderes del tiempo (en mi padre

            lo siento. Fraternalmente lo siento.)

            Hay un cuerpo que nos despierta

            a la impotencia del grito

            porque el grito ya no lo despierta

            (Carlos Mitre, hace ya noches,

            fue para mí ese cuerpo.)

            Hay un cuerpo que nos despierta

            a la increíble ausencia.

            Hay un cuerpo que nos despierta

            al exangüe recuerdo.

            Hay un cuerpo que nos despierta

            al incesante olvido.

            Hay un cuerpo que ya no nos despierta.

          

 LA SILLA



            No echa raíces como el armario

            la silla que sólo se posa como los pájaros.

            La silla era un ave de ala portátil

            y vuelo escaso (sobre los hombros en fiesta

            pasaba la silla como una cigüeña).

            Con viento y papeles es ya palomar.

            En los velorios nadie alivia más que la silla.

            Encapuchada con una camisa

            amanece la silla.

            Tarántula erguida en la penumbra la silla.

            La silla espirita junto a la mesa.

            Como el poema, la silla es un atado de líneas.

            La silla sostiene al que escribe estas líneas.



LAS AMOROSAS



Con nosotros se acuestan,

con nosotros se levantan.



Todo el día nos sirven,

de noche nos acompañan.



Si hablamos, dicen;

si no, se callan.



No hay amantes más fieles

ni más maltratadas.



Con nosotros se acuestan,

con nosotros se levantan

las amorosas palabras.



Sólo el silencio las ama.



 MORAL DE VAN GOGH


El blanco que sube como el humo

y baja a saltos de conejo,

y ese azul tan sólo tuyo

más abismo que de cielo.

Y al centro:

                        Brasa que nube,

zarza que mora en la llama:

tu moral de fuego.

                                        Mirarlo

no es sólo verlo: es oír

un crepitar de miradas

hasta tiznarse la cara

de silencio.

                               Apóstol del sol

fundido en tu cerebro,

peregrino de la pasión,

herrero del amarillo, dime:



Cómo plantar en la página

como tú en el lienzo

el árbol de la palabra,

su follaje de sonidos

podado ya de fantasmas

pleno de nombres vivos

entre la luz y el viento

palpables como un erizo.


EL ÁRBOL

 Hoy derribaron al árbol
que nos acompañó tantos años.
Sin más venda que una nube
la herida azul del espacio.

 Palabra a palabra,
hoja por hoja,
vuelvo a plantarlo
en el huerto de la memoria.

 Pero en vano.

 No pasa el viento por su follaje
o pasa sin tocarlo.

No dora la luz sus hojas
ni en sus ramas
se posan los pájaros.

 Ya pura imagen el árbol
sin fruto ni canto.

 Como la realidad rugosa
hambre de sueños
sed de su sombra

padece mi cuerpo.

 Alzo los ojos y sólo veo
un incendio de alas.

Y al fondo:
el sol sediento
errando sin raíz en su desierto.


POR LA AVENIDA DE LAS AMÉRICAS

            Morenas, caribes por el acento,

            entre los veintiséis y los treinta,

            a ojo de buen cubero.


            Regias piernas la de la diestra,

            senos firmes la del centro,

            cejas traviesas la tercera.


            Pero qué se venían diciendo,

            qué diría una de ellas

            que las tres de golpe perdieron

            el paso, el peinado, la línea,

           y pasaron, trastabillando,

            desgajándose de sí mismas,

            derramándose como chispas,

            con los ojos hechos añicos.

          

            Desfallecientes, doblaron la esquina

            y siguieron, a trechos, en trance,

            sin poder apearse

            del carruaje sin cochero de la risa.


 VITRAL DE LA PELOTA DE TRAPO

  
Al cruzar  por el parque

una pelota de cuero ha rodado

del césped al asfalto.

Apenas la alcé

se volvió en mis manos

una pelota de trapo.

 La reconozco al instante:

hecha por dentro

de calcetines usados

y la superficie tersa

de medias de nylon.

Tal vez por eso

nuestros pies la retienen tanto.


Ahora nos hemos puesto a jugar

sin árbitro, en medio  de la calle

sin asfaltar y llena de barro:

los dos hijos del zapatero,

los sobrinos del sastre,

los ayudantes del carpintero

y todos mis hermanos.


En el auge del juego,

a la luz ya débil de la tarde,

irrumpen los gritos de las madres

llamándonos a cenar.

 Y obedecemos con desgano.

 Me llevo la pelota bajo el brazo

cuando oigo voces de protesta:

miro a mi diestra y veo

a rubios muchachos parados

en el césped del parque

esperando que la devuelva.

 De un puntapié la lanzo

y la pelota en el aire

vuelve a transformarse

en la pelota de cuero.

 Y lleno de rabia y nostalgia

me alejo por la calle de asfalto.



COLEGIALA POR UNION SQUARE



La perenne garúa de las pecas

en su rostro adolescente,

el pelo corto, y en la fina oreja

el audífono como un arete .



Venía diciendo algo,

y, de pronto, cesaron las palabras

y bruscas lágrimas

eclipsaron sus ojos.


La seguí con la mirada

hasta que se perdió en el gentío

con los hombros sacudidos

aún por el sollozo.


Apenado, llegué a casa

pensando que tanta aflicción

no podía tener otra causa

que una razón de amor.

Y temiendo por ella

tan solita en el tráfico,

sorda a las bocinas, ajena

a las luces del semáforo,

me apuré a trazar estas líneas

con  suma cautela,

como si cada palabra fuera

uno de sus pasos       


y yo caminara a su lado

hasta llegar a su casa

y ella entrara, sana y salva,

por fin, como yo, a este cuarto.


 Eduardo Mitre nació en Oruro, Bolivia, en 1943. Estudió Derecho en la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba y, posteriormente, realizó estudios de literatura francesa en Francia y literatura latinoamericana en Estados Unidos donde se doctoró por la Universidad de Pittsburgh con una tesis sobre la poesía de Vicente Huidobro. Entre sus libros de poesía figuran: Morada,  (1975), Ferviente humo (1976) , Mirabilia (1979), Desde tu cuerpo (1984),  La luz del regreso (1990), ­­Líneas de Otoño (1993),traducido al italiano por Antonella Ciabatti (Venecia: Sinopia, 2005), El peregrino y la ausencia: Antología poética (1988), Camino de cualquier parte publicado por Visor de Madrid en 1998,  El paraguas de Manhattan (2004) Vitrales de la memoria (2007), Al paso del instante (2009), estos tres últimos publicados  por la editorial Pre-Textos de Valencia. Poemas suyos han sido incluidos en varias antologías de poesía hispanoamericana y  varios de ellos traducidos al inglés, francés, italiano, alemán y portugués. En su obra crítica se encuentran: Huidobro: hambre de espacio y sed de cielo (1981), El árbol y la piedra (1988y El aliento en las hojas (1998) ),  y De cuatro constelaciones (2da. edición,2005).Acaba de publicar Pasos y voces. 9 poetas contemporáneos de Bolivia. Ha elaborado y traducido del francés una antología de poetas de Bélgica: Urnas y nupcias (1998). Ha enseñado en Columbia University de Nueva York, en Dartmouth College, (Hanover, New Hampshire), en La Universidad Católica de Cochabamba y actualmente enseña en Saint John’s University de Nueva York. Desde l999 es Miembro de Número de la Academia Boliviana de la Lengua correspondiente de la Real Española. Ha sido colaborador de la revista mexicanas Vuelta y lo es de Letras Libres.

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