Rodolfo Pacheco
La primera tristeza que invadió su corazón de niño:
Saber que no era un ave
Que no podía volar
Y saber que eso era tan físico como su odio a sí mismo
Que más bien iba a ser un hombre de bien y olvidarse de tantas cosas
Desagradable aroma de su inocencia
Cada tarde ensaya su vuelo y cae siempre de cabeza
Llora, gime, mira con envidia a las aves
Alguna vez probó marihuana
Pero aquel viaje terminó en una golpiza
Pero no se rinde
Crea artilugios de poeta, sueña con plumas y que es un ave fénix
Hermoso, ÍCARO, pero tonto, tercamente, cae mil y mil veces
Y así crece, con dolor, pero no le salen alas
Le salen brazos con los que trabaja de noche
Y piernas con las que huye de día
Huye de aquella maldición de estar pegado a la tierra
De aquella estúpida gravedad
Que no lo deja volar
Quiere dejar atrás todo dolor
Emigrar a una tierra donde nadie lo dañe
Donde pueda hacer piruetas en el aire, feliz, ÍCARO.
* De Alucinada Cordelia (Hipocampo Editores 2006). Revista Poentos 2 (Hipocampo Editores, 2007)
Rodolfo Pacheco, hace muchos años rastrea, cual Diógenes peruano, la anhelada piedra filosofal poética. En su Alucinada Cordelia encontramos esa angustiosa búsqueda, ese grito mitológico de dioses perdidos y paraísos en venta. El poeta navega en su lírica odiseica cayendo en antipoemas que emergen furiosos ante la duda de que su diosa salvaje la esté oyendo.
Renato Salas Peña
*Enviado por Teófilo Gutiérrez. Correo electrónico del 10 de marzo de 2008
UN POEMA DE RODOLFO PACHECO
Cenizas de cuerpo
Rodolfo Pacheco en Centro Cultural España.
“Te he buscado, tesoro, he cavado en las noches más profundas”Rainer María Rilke
NACIMIENTO DE LA NOCHE
Mis ojos admiran la ola olvidada del mar
El cielo prehistórico donde los ángeles huelen a delirio
Después de la última marea donde te escondes
La noche aún se mantiene de pie
Acariciando sus heridas marinas
Y escondes tu pálido cuerpo, herencia del silencio y el mármol
Después de la última marea
Tus ojos sentenciarán los crepúsculos
La noche primogénita que amparó el silencio.
¿ Qué himnos canta la nocheque mantiene insomne a las fieras ?
¿Qué yugular, qué labios, qué Paraíso,
qué orilla llega al tibio mar donde descansas ?
Mi voz se convierte en tu voz,
En el eco de tu cuerpo que me sueña
Y por lo tanto soy, una voz brillando en el silencio de tu sueño
En el eco de tu cuerpo que me sueña,
Y por lo tanto soy, un pálpito de laberintos
De espejos rotos en el corazón de tu alma
De claustrofobias de aves dormidas en su cielo
Envejece la noche,
Encanece en el centro de su luz
Y sigo soñando con el arrobado éxtasis
De la inocenciaEl jazmín es la fragancia de tu sexo
Y son azules los lagos donde se orillan los unicornios
Donde cantan los cisnes desde su moribunda eternidad
Eres la princesa de la torre
La bella durmiente del nembutal
Cuando despiertes con un bostezo de poema
Muchas estrellas se habrán suicidado
Saltando al centro de tu cuerpo
Tú recuerdas mi voz adusta
Mis ojos de piedra negra ceremonial
Recuerdas mi naufragio en tu sombra
Las flores semánticas que duermen en los labios de la tierra
Los castillos de arena en plena tempestad
Los espejos que nos multiplicaban apaciblemente
Princesa de arena, reina de la orilla prohibida
Y de las olas adolescentes
Duermes en tu castillo de creencias vanas
En tu piel, en tus manosEn tu mirada cerrada al mundo que no sueña
Porque está prohibido descansar
En la orilla del amorPactamos en la neutralidad del poema
Pactamos esa paz aparente con la que sueñan los tiranos
Pactamos con la complicidad del amor
En los campos que amansan a sus muertos
Donde llueven flores que sonríen
Donde las estrellas detienen su movimiento eterno
Cenicienta de las calles más mugrosasLágrima de media noche
Pactamos para que el mundo no convalezca más
Para que la sangre no escape de su cause
Para que los ríos no despiertenPara que nos dé sombra el Paraíso
Y sólo queda la ciudad que nos da de almaY sólo queda el Tahigeto
Desde donde arrojamos a los dioses al olvido.
Nuestro mundono es el mundo de lo obvio
No es el mundo de la ecuación
Ni del cálculo
Nuestro mundo es el del liquen
Es el de la hoja tierna atrapada en elcuerno del unicornio
Donde el mono dogmático se espanta
Donde el poema
Nace como flor china
En la infinitud virgen de tu piel.
Otros poemas de Rodolfo Pacheco ver: