LA MUERTE VINO POR GOTARDO
Armando Arteaga
Puede volver en el rio borracho
de Los Moches, primero, como un discreto sonido haciendo rodar las piedras, los
cantos rodados, luego, será un barroso
huayco que le temo y se llevará los alfalfares, las chacras de melocotones, la
iglesia.
No sé. Pero no le temo a la
muerte, terminó diciendo, mientras se
servía otro sorbo de café, el viejo Delgado, que sabía espantar las malas
noticias.
Yo conocí al viejo Delgado, desde
que era chiquitín. Lo veía desde este poyo, tocar el arpa, era ciego, pero
tenía siempre el pensamiento parado, soñaba despierto. El viejo, era benigno
para decir las verdades. Aunque, también, decía sus mentiras.
Esa, por ejemplo, de que el mundo
se iba acabar en 1984, que había un señor, un gringo llamado Orwell, que a él
le había encantado esa noticia apocalíptica de que el mundo se iba acabar, y ya estamos en 1998. De
no haber sido así, el fin del mundo llegaría de todas maneras el 12-12-del 2012.
Tanta cojudez, del viejo, mucha peliculina, Don Gotardo, para espantar a la
muerte.
Sucedió lo que tenía que
suceder. Un día, vino la muerte, y tuvo
sus ojos. Tuvo su cuerpo, sus ideas, su alma llena de celestiales tiempos.
Tanta vaina. Vino la muerte, y
se llevó al viejo Delgado. Lo arrastro por los
recovecos más increíbles del pueblo, se le vio flotando por los vapores de las
aguas termales.
-Toca el arpa, viejo -le dijo-. Y
el viejo Gotardo tocó el arpa. No se amilano.
Ahora sí -le dijo- La Muerte, nos
vamos.
Y se fueron, sin despedirse, sin
un adiós.
Será por eso que a veces suele el
viejo aparecer por el recodo de la quebrada tocando su arpa y bebiendo su
tragucha de caña.
-Vete, pues, viejo. Ya estás muerto. No tienes nada que hacer en
esta tierra, tu natal vivido, tu mortal historia, ya pasó, tu tiempo de hombre
libre por estos parajes, por estos paisajes.
-No has de volver, nunca más,
viejo. Nunca Jamás.
Y es así que al viejo Gotardo
algunas noches de mayo, cuando hay luna,
lo ven flotando como una pluma sobre el vaho caliente de los baños
termales de Cachicadan. Enérgico viejo, pluma ligera al viento. Parece una
pintura de Chagall, otro gringo loco.